Selección de artículos sobre Chile, escritos por Manuel Vázquez Montalbán.
octubre 16, 2013 | Posted by historia under España, Solidaridad por países |
Manuel Vázquez Montalbán, poeta, novelista, ensayista y periodista, forma parte del grupo de intelectuales indispensables para entender la segunda mitad del siglo xx. Autor multidisciplinar, fueron las novelas protagonizadas por su detective Pepe Carvalho las que lo convirtieron en un fenómeno narrativo mundial. Ganador, entre otros premios, del Premio Nacional de Narrativa, del Premio de la Crítica, del Premio Nacional de las Letras y del Premio Planeta, en toda su obra existe un vínculo común: la recuperación de la memoria a través de la crónica social. Fuera cual fuese el género que trató, el objetivo de Manuel Vázquez Montalban fue cuestionar el orden del mundo desde una perspectiva progresista.
Nace en Barcelona en junio de 1939 y muere en octubre de 2003 de un infarto cardiaco, en el aeropuerto de Bangkok -Tailandia-. Tenía 64 años.
A continuación algunos artículos escritos sobre Chile.
La Santísima Trinidad del 11 de septiembre
Manuel Vázquez Montalbán
Hasta el 11 de septiembre de 1973 esa efemérides era de exclusiva propiedad de los catalanes, pueblo mediterráneo activo pero melancólico, que en esa fecha conmemoraba su día nacional, coincidente con una de sus derrotas históricas más importantes. El 11 de septiembre de 1714, los catalanes perdieron la guerra contra las tropas del borbónico rey de España y la derrota significó una dura agresión contra el hecho diferencial catalán, agresión ultimada por el general Franco dos siglos después. A trancas y barrancas, en plena clandestinidad antifranquista, todos sabíamos que el 11 de septiembre había que acercarse a la estatua del héroe nacional Rafael Casanova todo lo que la policía lo permitiese, que era poco.
Hete aquí que a la coalición ITT-Kissinger-Pinochet se le ocurre dar el golpe de Estado en Chile el 11 de septiembre de 1973, y lo que era fecha reivindicativa exclusivamente catalana se convierte en un hito global de las izquierdas y otras fuerzas más o menos de progreso. En ese día la ocupación militar de Chile, la destrucción del legítimo poder democrático de la Unidad Popular, lo que podemos considerar el asesinato objetivo del presidente Allende, fomenta el holocausto de las izquierdas en el Cono Sur de América en una operación mancomunada entre Chile, Argentina y Uruguay. Ya en la década de los 60, el golpe contra el presidente Goulart en Brasil había sido la señal de que los poderes imperiales estaban dispuestos a corregir la correlación de fuerzas en América del Sur mediante el empleo de los militares, especialmente de aquellos sectores del ejército reducados en Panamá en una escuela especial organizada por Estados Unidos, destinada a formar a la parte de la oficialidad latinoamericana dispuesta a hacer frente a la subversión comunista. Esta oficialidad fue educada no sólo en tácticas antiguerrilleras sobre el mapa, sino también en tortura de guerrilleros en los sótanos del poder y en ocasiones determinados miembros de las embajadas de Estados Unidos eran expertos en tortura, como el conocidísimo Dan Mitrione, destinado a la legación estadunidense en Montevideo. Como ocurre en el poema advertencia de Bertoldt Brecht, se empieza deteniendo y torturando a los enemigos más señalados y se acaba deteniendo y torturando a tu vecino o a ti mismo. Si sumamos los objetivos y efectos de la Operación Cóndor en Argentina, Chile y Uruguay comprobamos el papel del cinismo, en el sentido no filosófico de la palabra, en las estrategias de dominación del capitalismo multinacional y de su principal fuerza militar disuasoria. La criminalidad político-militar sólo ha sido reconocida y algo castigada en Argentina, pero sigue impune en Chile y en Uruguay, y si ha sido castigada en Argentina se debe a que los militares dirigentes del proceso represivo cometieron el error de provocar y perder la guerra de las Malvinas.
El 11 de septiembre de 2003 tiene en Chile una importancia especial ante todo por una simple cuestión de acumulación aritmética de la nostalgia. El gran cantautor cubano Pablo Milanés escribió una canción profética en la que se prometía volver a recorrer las calles de Santiago ahora ensangrentadas y liberadas por la razón democrática. Se cumplen 30 años del golpe, gobiernan los demócratas y los militares se han recluido en sus cuarteles, aunque siguen formando un corro defensivo en torno de su jefe histórico, Pinochet. Resultaría higiénico, pero también algo cínico, que el general fuera juzgado en esta vida, a manera de anticipo del Juicio Universal, por tribunales de carne y hueso, mientras su socio en la empresa del 11 de septiembre de 1973, Kissinger, es premio Nobel de la Paz y normal invitado en los mejores salones y palcos de campos de futbol. Tampoco la ITT ha rendido cuentas por si invirtió o no en el golpe chileno de 1973 que le devolvía la hegemonía a la hora de fijar, entre otros, los precios del cobre.
Pero como si se tratara de una fecha a la vez monstruosa muñeca rusa, si en su núcleo lleva la modesta fecha catalana, sobre la que se enroscó la conmemoración chilena, de pronto el 11 de septiembre de 2001 provoca en Nueva York la primera catástrofe seria padecida por el nuevo orden internacional desde el final de la guerra fría y el desmantelamiento del bloque soviético. La propia cultura dominante del espectáculo impone que cualquier prodigio, positivo o negativo, ocurrido en Nueva York borre cualquier otra posible percepción de prodigios. Ni siquiera el bombardeo de la Gran Muralla o el Taj Mahal o del Kremlin, hubiera podido competir con el de las neoyorquinas torres del comercio, a poca distancia de las calles tan bien cantadas y bailadas por Gene Kelly, Dan Dailey y Frank Sinatra, pintadas con los colores del mejor technicolor urbano, servida de los ronroneos del saxo onanista de Woody Allen y sus volátiles madres judías. Además, el bombardeo de Nueva York revestía caracteres de superproducción cinematográfica, con aviones comerciales convertidos en proyectiles dirigidos, inteligentes, inteligentísimos, que apuntaban adonde más daño podían hacer al sistema.
En el gran mercado de las tragedias globalizables, mal lo tienen el 11 de septiembre catalán o el chileno para competir con el estadunidense, propuesto incluso por la extrema derecha que controla casi todos los poderes en Estados Unidos como el final y el inicio de una nueva era, la de la justicia infinita o libertad duradera. El 11 de septiembre estadunidense ha tratado de legitimar emocionalmente operaciones de piratería internacional como la invasión de Afganistán o Irak, como el vergonzoso gulaj de Guantánamo consentido o no impugnado por todos los cómplices del Imperio del Bien, las matanzas y torturas de resistentes a todas las invasiones angloestadunidenses, la sofisticada lógica sangrienta instalada por el Estado de Israel en Palestina, réplica de la segunda intifada, y al terrorismo resistencialista.
Tal vez haya que volver de vez en cuando, con toda la intensidad del cerebro y del corazón, a los onces de septiembre menos colosalistas, el de los catalanes o el de todos los demócratas del mundo todavía estupefactos ante el cadáver de Allende ocupante de todo el horizonte del mundo. Pero sepamos, sabemos, que esa trilogía de onces de septiembre, Cataluña, Chile, Nueva York implica a la Santísima Trinidad de la Historia en todas las causas aplazadas y sobre todo en la lucha contra una de las conspiraciones culturales más certeras de la nueva derecha: el descrédito de la memoria histórica. Se trata de construir una historia sin culpables.
Cono Sur
EL PAÍS | 17-09-1990
Manuel Vázquez Montalbán
A pocos días del rescate del cadáver de Allende, llego a Montevideo, capital en otro tiempo del Cono Sur de la infamia. Casi 20 años después de aquella solución final urdida por el Departamento de Estado, la CIA y los poderes oligárquicos y militares locales, los balances más benévolos hablan de que a Chile, Argentina, Uruguay, incluso Brasil, llegó la democracia. Y es cierto, si se tiene en cuenta el lógico posibilismo de Alfonsín cuando dijo: "A veces se comprende que la diferencia que hay entre dictadura y democracia formal es la misma que hay entre muerte y vida". No voy a poner, pues, peros a la vida, pero sí a felicitar a los que urdieron aquel plan de muerte, tortura y persecución porque su éxito estratégico fue total. Hicieron retroceder la lucha por la emancipación de América Latina casi a posiciones de partida, con el valor añadido de poblaciones prudentes, educadas en el santo temor a la picana, a la diáspora, a la desaparición, a la muerte. Y muchos de los que hoy sonríen en los balcones presidenciales e incluso se prestan a rendir honores al cadáver del izquierdista sacrificado por el golpismo estuvieron cara con cara, codo con codo, culo con culo con el golpismo, ese mismo golpismo que ahora les ha regalado la condición de restauradores de la democracia.
Pero es cierto. La han restaurado. Ya no se tortura y se permite hacer el censo de los asesinados y los torturados e incluso se pronuncian frases como: "Un pueblo que olvida su historia está condenado a volverla a sufrir". Una vez en su sitio los muertos más exhibibles y hecho el inventaria de los que no tuvieron donde caerse muertos, todos estos datos serán guardados en el archivo donde constan los hechos que no deben volver a repetirse. Y para que no se repitan hay que sonreír, dar la mano, agradecerle que haya cambiado de compañeros de cara, codo y culo a esta oligarquía civil que siempre tiene la historia que se merece.
EL VIAJE
EL PAÍS | Última – 19-03-1990
Manuel Vázquez Montalbán
Lo que hubiéramos dado por viajar en ese avión lleno de demócratas en peregrinación a Santiago de Chile para contemplar el espectáculo del definitivo entierro de la Unidad Popular, del definltivo entierro de Salvador Allende, a tres manos, a tres golpes de pala: Pinochet… Aylwin y el Departamento de Estado. Qué bien le salió al Departamento de Estado la jugada de la solución final aplicada al Cono Sur: han hecho retroceder la esperanza de la izquierda hasta el, penúltimo parapeto y han lavado el cerebro de América con el detergente biodegradante, de espuma controlada, capaz de destruir el germen más pertinaz del revolucionarismo y sustituirlo por el happy end de un democratismo monetarista dirigido por Fondo Monetario Internacional y todas las demás internacionales empeñadas en la consagración de un estable orden universal.Según los medios de comunicación españoles, el presidente González ha desempeñado un papel estela en ese viaje, un papel de líder de autocar, ese personaje necesario que siempre tiene a punto la canción oportuna y, la cucharadita de agua del Carmen con azúcar para aliviar mareos. Una canción para Carlos Andrés Pérez, el ametrallador de masa otra para Menem, el regenerador de golpistas torturadores, y también un bolero, por qué no un bolero, para Ortega y un toque de atención para Fidel Castro. Guárdate de las tentaciones numantinas, como si Numancia hubiera escogido su papel y no se lo hubieran impuesto los asediadores.
Una palabra adecuada para cada cual y un homenaje a la política constructora de pantanos del generalísimo Franco, homologada a la política económica de Pinochet que ha permitido a Chile cumplir su destino histórico: pagar las deudas externas y enterrar a los muertos. ¿Acaso no es ése el final, balance feliz de todos los humanos? ¿El único proyecto posible? Pagar las deudas, enterrar a los muertos y que nos toque Suspiros de España la banda municipal de nuestro pueblo, en el final fatal de todo trayecto.
Garzón entre Pinochet y Kissinger
Manuel Vázquez Montalbán
Las disputas en torno de la túnica sagrada del general Pinochet me sorprenden en viaje por el Cono Sur latinoamericano y percibo una curiosidad extremada por el juez español Baltasar Garzón. Dobles páginas en la prensa, chistes que utilizan su nombre para convertirlo en el tercer rey mago, retratos en las manifestaciones, a veces incendiados por los pinochetistas en Santiago, pero las más veces utilizados para exaltar al juez de la esperanza laica, no al juez de la horca. Los pueblos periféricos, es decir, todos menos Estados Unidos, solemos medirnos la estatura a base de campeonatos de Marathon y de ciudadanos universales. En España presumimos de algunos españoles universales, como Julio Iglesias y su hijo Enrique, demostración de que las pesadillas se reproducen por vía genética; Plácido Domingo y Josep Carreras, un 33,3 por ciento de los beneficios de los tres tenores; José Antonio Samaranch, que llegó del franquismo a la presidencia del COI, finalmente Iván de la Peña, jugador de fútbol fichado por el Lazio, pero que no ha exhibido sus méritos universalizables debido a una inoportuna lesión.
Garzón los eclipsa a todos. La especial estructura de la ley en España hace que los casos importantes pasen por la Audiencia Nacional y por lo tanto por las manos de media docena de jueces que se convierten en protagonistas mediáticos, lo quieran ellos o no lo quieran. Por eso se los llama jueces estrella e integran un star system del que Garzón es figura privilegiada: ha perseguido al narcotráfico, al terrorismo de ETA, al terrorismo de Estado (caso GAL), y al terrorismo de los genocidas chilenos y argentinos implicados en la Solución Final de la década de los 70. Aquel Holocausto de las izquierdas fue organizado por el Departamento de Estado USA, en colaboración con algunas multinacionales, el Pentágono y finalmente los instrumentos manuales de la matanza, los militares golpistas autóctonos que desde la caída de Goulart, presidente constitucional de Brasil, hasta el golpe argentino, perpetraron la sistemática destrucción de la izquierda latinoamericana para decantar la correlación de fuerzas de la Guerra Fría. El espectáculo de horror e impunidad transmitido por la tortura, la matanza, la saña de las persecuciones, el secuestro de hijos de prisioneros, hay que cargarlo en el capítulo de espectáculos sangrientos de la defensa de los valores cristianos de Occidente. En la Argentina, desacreditados los militares por la huida hacia adelante de la guerra de las Malvinas, hubo un juicio valeroso, hay que recordar emocionadamente al fiscal Strassera, pero casi simbólico. En Brasil y Uruguay ni eso y en Chile, Pinochet y sus mariachis se han permitido vigilar la democracia desde las garitas de los cuarteles y desde el Senado convertido en garita.
Se comprende que los peatones de la Historia se pongan tras el retrato de Garzón, rostro y gesto que materializan la última esperanza de justicia en este mundo, desde la sospecha de que en el otro mundo va a continuar la amnistía para cuantos contribuyeron a salvar los valores de la cristiandad. Conocí a Garzón en plena tormenta de la instrucción del proceso sobre el terrorismo de Estado en España. La misma noche en que se había permitido procesar a destacados políticos socialistas cenamos y me explicó lo que podía ser explicado, lo que no era secreto sumarial. Garzón había cometido el error de ir en las listas electorales del PSOE, motivo por el que fue acusado de perseguir a los políticos socialistas por despecho. Hasta tal punto la cúpula dirigente del PSOE hinchó este propósito que mucha gente en España llegó a pensar que el terrorismo de Estado se lo había inventado Garzón, de la misma manera que hay gente dispuesta a creerse que la lucha de clases se la inventó Carlos Marx. Personalmente me pareció un ser humano entero, dotado de valor moral, tenaz, con el sentido original de lo justo y lo injusto que se adquiere cuando se pertenece por origen a las clases populares. Garzón no se ha inventado a Pinochet. Ni a Videla. Tampoco los persigue formalmente porque sean chilenos o argentinos sino porque han torturado y asesinado a ciudadanos españoles, paso previo para que en el futuro los matarifes sean perseguidos simplemente por asesinar y matar, a quien sea, y se lo piensen dos veces antes de ejercer de sicarios del sistema, de cualquier sistema. Chomsky ha recordado que por encima de los sicarios nacionales estuvieron en su día Nixon o Kissinger dirigiendo aquella Solución Final, aquel Holocausto ideológico. ¿Para cuándo, Garzón, una orden de busca y captura de Kissinger, Premio Nobel de la Paz?
Chile
EL PAÍS | 29-08-1988
Manuel Vázquez Montalbán
El pueblo chileno está viviendo una experiencia política que se parece y no se parece a todas las transiciones de la dictadura a la democracia. Los fascismos europeos más determinantes fueron derrocados por una victoria aliada en la II Guerra Mundial y los dos supervivientes, Portugal y España, vivieron evoluciones parecidas pero con finales diferentes: a Caetano lo derribó un golpe de militares izquierdistas y Franco murió dolorosamente en la cama, y el franquismo se hizo panteísta. No es que haya desaparecido, está oculto en la naturaleza misma de muchas personas y demasiadas cosas.Buen conocedor y admirador, de Franco, el líder fascista que cumplió todo el proceso de nacimiento, crecimiento, decadencia y muerte con tedéum, el general Pinochet piensa, sin corregir el modelo, ir más allá y conseguir algo que Franco no consiguió: la transustanciación de un dictador en demócrata. La oposición hace sus planes, pero Pinochet también hace los suyos y no quiere ni ser el chivo expiatorio de la reinstauración democrática, ni un dictador en decadencia, acosado progresivamente por sus enemigos de siempre y por herederos impacientes ante el reparto de la túnica sagrada.
Pinochet quiere ganar el plebiscito para meter por el aro a todas las fuerzas democráticas, confiado en que el cansancio y la frustración de la derrota en el referéndum trabaja a su favor y puede romper la frágil unidad del Comando del No. De ganar Pinochet, sería generoso con los vencidos no marxistas y les propondría lugares a su derecha y a su izquierda democrática cuando todos accedan a esa democracia hija del terror y la muerte que el dictador ha diseñado. No la ha diseñado solo, como no diseñó solo el golpe de 1973. Las multinacionales y el Departamento de Estado han contribuido al dibujo pero se reservan los últimos trazos, últimos trazos que incluso Pinochet desconoce. Se gaste o no se gaste Pinochet en el plebiscito, se ultimará el dibujo.
El general Pinochet en los infiernos
Tomado de la revista “Araucaria de Chile”, nº 43, 1988, Madrid
Manuel Vázquez Montalbán
Miles y miles de muertos, el envilecimiento de un ejército, de unos funcionarios de orden público dedicados sistemáticamente al desorden de la tortura privada y la paliza pública, la división de un pueblo entre los que comen y los que no comen, convertir un país en emblema universal de la barbarie, forzar al exilio y a la amenaza de autodestrucción moral a miles de personas…, y todo para esto. para no poder ganar un plebiscito a un enemigo al que sólo se le ha dejado un brazo libre un mes antes del día de las elecciones. Un brazo libre.
Sólo un brazo, la oposición chilena ha condenado al general Pinochet al infierno del ridículo histórico, el único infierno que le faltaba en su colección completa de infiernos. Los que pudimos verle disfrazado de abuelito y de viejo paisano chistoso corremos el riesgo de haber contraído una colitis crónica de imposible terapéutica, por más avances que haga la ciencia. La breve marcha de Pinochet desde su silueta de matarife a la de bondadoso aspirante a presidente democrático ha sido una de las fantochadas históricas más inexplicables ¿Quién ha sido el asesor de imagen?
¿Quién ha sido el asesor de tanta macabra inutilidad? ¿Quién metió en esos sesos trapezoides la idea de que iba a ser el salvador de Chile y de Occidente? ¿Quién le dijo que había llegado el momento de cambiar de imagen, vestirse de paisano y sustituir la bomba incendiaria por el chiste televisivo o la caricia de viejo ex verdugo sobre las cabecitas de los hijos de sus víctimas? Sospecho que sus asesores han sido siempre los mismos, dentro y fuera de Chile, pero sobre todo fuera de Chile. Entre sus asesores contó siempre, por ejemplo, con otro sarcasmo hecho hombre: Henry Kissinger, premio Nobel de la Paz, uno de los urdidores fundamentales del golpe contra Allende. Y a la vista del resultado de quince años de tan preclara asesoría, en la hora baja de los sesos trapezoides rotos por la carcajada ajena y universal, al general Pinochet habría que recordarle la vieja sentencia: Dios te guarde de tus amigos y tú cuidate de tus enemigos Y sobre todo cuidate de ti mismo, oh Augusto!